A ella le encantaba como él la miraba, como se preocupaba por cada pequeña herida que se hacía como si fuera muy grave. Le gustaba ver como se debatía entre dale un beso o quedarse parado. Él sabía que no era fácil tratar con ella, que explotaba por cualquier cosa, que era violenta, pero también sabía que era muy dulce y demasiado buena en un mundo tan cruel, pero se amoldaba a él y él sabía que ella era fuerte.
Ella nunca se callaba y siempre le contaba su particular forma de ver el mundo, a él muchas veces le parecían idioteces, pero la escuchaba sin perder el hilo. A los dos les brillaban los ojos de pura dicha cuando estaban juntos. Pero eso duraba más bien poco, vivían lejos uno del otro y solo se veían los veranos. Se conocían desde hace mucho y desde la primera vez que se vieron supieron que no podrían vivir sin el otro.
Ella ahora espera impaciente la noche, ya que él durante el día está muy ocupado para hablar por teléfono. Nunca puede dormirse sin escuchar su voz, le encanta ese sonido tan glorioso y siempre maldice la distancia en silencio. Los dos esperan impacientes por ese verano que cada vez se ve más cerca. Pero también discuten, el estar tan lejos les irrita, ella no quiere amarlo, quiere odiarlo y dejar de sufrir tanto, pero él nunca querría dejar de quererla, él es feliz pensando que algún día tendrán un futuro juntos. Ha hecho tantas cosas por ella, no cree que pudiera encontrar a otra persona igual que ella, es única, pero está pasando por una mala racha y a él no le hace nada de gracia. Ella le llama llorando muchas veces, quiere morirse, está de hospital en hospital y él no puede estar con ella, no puede abrazarla y reconfortarla, decirle que todo irá mejor. Solo espera, poder verla antes de que no aguante más y se suicide cómo muchas veces dice.
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